2021 ¿Y ahora qué?, Cuentos de Cuarentena

De mis textos:

Hace unas semanas junto con tres de mis grandes amigas participamos en un concurso de escritura llamado “Mundial de escritura”. Lo empezamos como algo para divertirnos y aunque resultó ser un compromiso más grande de lo que esperábamos, lo disfrutamos mucho.

De ahí surgieron varios textos y esta semana en mi blog inicio un espacio en donde voy a compartir algunos de mis textos que he estado escribiendo en estos últimos meses. Algunos nacieron solitos, otros en alguno de los talleres que tomé y otros gracias a este taller del que les cuento.

Ojo algunos textos son inspirados en recuerdos, se que los que me conocen lo notarán, pero todos llevan un toque de ficción para efectos de la historia, así que solo son inspiraciones.

Aquí les comparto el texto: El hombre del sombrero:

En mi mejilla izquierda tengo una cicatriz del año en el que me dio la varicela, tenía 11 años y tras una reunión en casa de unos tíos varios primos terminamos contagiados.

Mis hermanas no se enfermaron así que me mandaron a dormir a casa de mi abuelita Juanita por unos días.

En la casa ubicada en Lago de Chapala 1913 me instalaron en el cuarto del fondo. No había una cama, pero si varios sofás y una televisión que estaba conectada a una videocasetera así que por lo menos no me iba aburrir. También tenía su baño privado así que era el lugar ideal para no andar esparciendo el virus por la casa.

Solamente veía por ratos a mis padres o a mis abuelos, que ya habían tenido varicela. El resto del tiempo veía la TV o trataba de hacer alguna tarea atrasada.

Una de esas tardes estaba muy entretenida viendo una película cuando volteé a un lado al sentir que había alguien en el cuarto conmigo.

Sentado en uno de los sofás de la esquina estaba mi tío Jesús Martinez de Anda. Tenía la pierna cruzada, me sonrió y después realizó ese gesto de los hombres de campo que te saludan levantando un poco su sombrero.

Él era el hermano de mi abuelita Juanita. Vivía en Montemorelos, Nuevo León, en una casita a las afueras del pueblo en medio de praderas rodeado de árboles. La casa la construyó mi abuelo con sus propias manos.

Cada que llegaba de visita a Monterrey, con su esposa la tía Lupe, era como si un personaje de una película blanco y negro llegará a pasar un tiempo con nosotros. Ellos no tuvieron hijos así que de repente se aparecían por la casa de mis abuelos o mis padres para pasar unos días. Llegaban sin avisar y no creo haberlos visto nunca usando un teléfono.

Siempre llevaba sombrero y vestía impecable con saco, camisa y pantalón de vestir. Era de los que te saludaban con un apretón fuerte la mano. Cualquier que se lo topara en la calle podría pensar que era un rico hacendado. Alguna vez me contó mi mamá que quisieron comprarle un sombrero nuevo y para sorpresa de todos el tío pidió que tuviera el mismo o más nivel de X, que es la manera en que se miden la calidad de los sombreros.

Cuando nos visitaban en la casa de Cadereyta se despertaban a las cinco de la mañana y en las tardes era común verlo a él y a la tía en el patio podando los árboles o haciendo un arreglito.

Una vez nos construyó a mis hermanas y a mí un sube y baja solo con unas tablas viejas de madera. Nos gustaba salir a caminar con ellos, tomar frutas de los árboles y escucharlos hablar sobre su vida en el campo.

Su forma de hablar era siempre respetuosa, con un tono calmado y nunca lo escuché alzar la voz o enojarse. Tal vez se pondría serio, cuando algo no le parecía, pero jamás lo vi envuelto en alguna discusión.

Así como de repente llegaban a pasar unos días con la familia, luego se iban de la misma manera sutil en que llegaron.

En mis recuerdos tengo presente que ese día que me saludó en el cuarto en casa de mis abuelos, yo estaba viendo una película sobre los sobrevivientes de los Andes. Lo ví, me sonrió y seguí viendo la película. Minutos después mi mente recordó ese saludo y volteé rápido para charlar con él. Lo busqué en el mismo rincón, pero no lo encontré y tampoco en algún otro lugar del cuarto.

Pensé que tal vez ya se había ido a la cocina para charlar con el resto de la familia y seguí viendo la película y luego me dormí.

Más tarde regresó mi abuelita a llevarme mi cena y en eso me acordé de la visita del tío. Estaba a punto de preguntarle por él cuando me acordé que el tío Jesús tenía seis meses de haber fallecido.

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Amigos

Cuándo el fin del mundo te agarra a cierta edad, no hay muchas dudas entre lo bueno y lo malo. Sabes que si te arriesgas demasiado todo se acaba y entonces no es difícil seguir las reglas.

Arturo lo tenía claro por eso cuando el mundo entero se detuvo por el coronavirus, él sabía que a su edad tenía que seguir las reglas.

Que si tenía que empezar una cuarentena alejado de toda su familia y trabajar desde casa y lo aceptó.

Que si no se podía salir de la casa unas semanas más que para emergencias y lo aceptó.

Qué si al salir a cualquier lugar tenía que llevar tapabocas y lo aceptó.

Y pasaron las semanas y se acopló a esa vida de ver a su familia por video llamadas.

Se acopló a comer solo, a terminar de trabajar y pasar directo a ver una película en el sofá.

A dar mil vueltas en la cama antes de dormir para finalmente lograr conciliar el sueño un par de horas y seguir con la rutina de los lunes a viernes.

Su pasatiempo y gran distracción era el chat con su grupo de amigos de toda la vida.

Esos amigos con los que se veía los fines de semana, con los que salía de vacaciones y con quienes siempre podía contar.

Lo mismo hablaban de todo sobre el coronavirus, cómo discutían sobre los políticos y sus acciones. También se reían y hacían planes para cuando se fueran a ver.

Todos estaban en el mismo canal, nadie rompería las reglas, aún y cuándo otros lo empezaron a hacer.

Se enojaban todos igual al enterarse de historias de aquellos que no salían con mascarilla o los que rápidamente regresaban a comer dentro de un restaurant.

Un día cuándo ya las cosas parecían relajarse un poco, pensaron en reunirse, solo serían los mismos cinco de toda la vida, los mismos que sabían que se cuidaban tanto o más.

Los planes se armaron, sería en un patio y cada uno tendría su espacio.

Tras ochenta días encerrado, Arturo le dio vueltas y vueltas a la invitación y al final decidió aceptar. Sería su primera salida. Tomaría todas las precauciones para poder por lo menos ver a sus amigos en persona de nuevo.

Y así fue, todos se vieron en el patio acordado, comieron y se rieron, y a su manera Arturo se divirtió aunque no dejaba de sentirse un poco raro. No quería acercarse mucho y trato de ponerse el tapabocas, aunque al ver a los demás quitárselo para hablar decidió hacerlo también.

Fue una velada inolvidable, tan inolvidable como el escalofrío que sintió cuando días después uno de sus amigos les comunico que ese día se hizo el test de coronavirus.

Días antes de la reunión se vio con un primo, a quien antes un tío lo llamó para pedirle un favor, tenía que ayudarlo a sacar de su casa un gran escritorio. Él lo ayudó sin saber que el hijo de ese tío ya era positivo.

No le dijeron nada, pensaron que no era algo importante si solo iba ayudarlos a sacar el escritorio. Ese primo ahora es positivo, y el amigo ahora tenía que hacerse el examen.

Fueron un par de días largos, en los que Arturo durmió mucho menos, en los que se tomaba la temperatura a cada hora y en las que pensó en todo lo que le diría a ese tío irresponsable que no le avisó al sobrino.

Tanto se cuido, tanto no salió, tanto evitó ver a sus padres, para ahora que todo se fuera a la borda por unos irresponsables que no fueron claros. No quería alarmar a los suyos, así que se lo guardó, lo que hizo la situación aún peor para él.

Hubo momentos en que la rabia, ansiedad y angustia lo embargaron tanto que hasta llegó a culpar a su amigo. A veces quería llamarlo y decirle lo mucho que lo detestaba ahora, pero no lo hizo.

Lo que sí hizo un día que no podía dormir, fue escribir una nota que le daría a su amigo para que se la entregara a sus tíos. Escribió y escribió el enojo que lo embargaban. Por gente como ellos es que la situación no mejoraba, sin empatía y sin sentido de unidad, no habría un cambio.

Se despertó decidido a enviar el mail, cuando sonó su celular. Era su amigo para darle los resultados de su test.

Al colgar suspiró con alivio, nunca había pasado por tantas emociones en tan poco tiempo.

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Secretos

En el grupo de amigos, siempre se contaba todo o también se brincaba hablar de lo que otro no quería abordar.  

Eran ese grupo de amigos con quienes les puedes explicar con lujo de detalles porque no te gusta caminar descalza  o contar que te cambias de casa a vivir sola tras estar viviendo con la misma persona por tres años y dejarlo así, solo como una anécdota de mudanza. 

Fue así como tras cinco años de amor, cuando Sol terminó con Vic, no se hablaron las razones.  Hablaron de los cambios de casa y cuánto costó la mudanza, y cuánto tardaron los de el Internet en conectar el nuevo wifi y si el nuevo departamento era pet friendly.

Aunque se mordían la lengua por preguntar, lo que pasó entre Sol y Vic, se quedó entre ellos dos. 

Eran esas parejas que se vuelven como los padres del grupo de amigos, los que se hicieron novios al poco tiempo de conocerse y que sin quererlo son los que terminan uniendo a los demás.

Sol era alegre, inteligente y extremadamente sincera, algo que la hacía o quererla u odiarla al conocerla. 

Vic se enamoró de esa sinceridad con la que Sol abordaba la vida. Ella lo vio en una fiesta y lo invitó a bailar, después se fueron a charlar y terminaron hablando hasta el amanecer.

Él juraba que su mejor cualidad era su seguridad, pocas cosas lo ponen nervioso. Vic es Ingeniero en Sistemas, siempre sabe el detrás de todo lo que sucede a simple vista de los demás. Si algo sabe Vic es descubrir secretos. 

Sol era un desafío porque ni siquiera tenía un iPhone, para ella el celular era para textear y bye. Así como Vic tenía claro hacía donde quería ir, Sol sabía hacia donde no quería ir.

Ella era feliz trabajando en un hogar para adultos mayores, se encargaba del área de actividades. En ese mundo no había tanta tecnología y así cada uno vivían en dos universos diferentes.

Sol amaba escuchar charlas sobre el pasado. Disfrutaba mucho las tardes de juegos de mesas y conocer historias, amor, sacrificio o traición de esos seres que tienen tanto que contar. Al final la vida no eran tan diferente a como eran las cosas hoy, ahora solo nos enteramos de todo más rápido por la tecnología. 

Vic nunca tuvo que compartir la clave de su celular con Sol, ni tampoco la del computadora. Ella jamás revisó si él estaba conectado en el WhatsApp o si la dejaba en visto.

Cuando en el grupo de amigos hablaban de relaciones tóxicas o manías de celos que entre ellos experimentaban, para Sol y Vic eran un mundo extraño.

Otros del grupo terminaban y así sus parejas salían del grupo, y llegaban nuevos, y era un ciclo que seguían. ¿Pero qué harían con Sol y Vic? Sol era la amiga de todos, pero tras 5 años Vic ya era parte de ellos también. 

Sol y Vic se las pusieron fácil y terminaron y siguieron asistiendo a las reuniones, no fue hasta un mes después de haber terminado que les dieron la noticia, ya cuando cada uno estaba en mejor lugar. Era un regalo para esos amigos a quienes sabían que les dolería no verlos juntos más. 

Después Vic fue desapareciendo poco a poco y tres meses pasaron.

Tres meses en los que luego el mundo se detuvo, en los que ya ninguno de ellos se pudo reunir a charlar en persona. 

Por la pandemia las reuniones cambiaron y ahora eran por video.

Cada uno desde su casa, charlaban, reían, y evitaban preguntar cómo estaba Sol sin Vic.

A veces charlaban media hora, a veces más de tres horas y así siguieron por semanas.

Y mientras las autoridades no daban fin a que la cuarentena llegará a su fin, un día empezó la video llamada y Sol apareció junto con Vic.

Y como si no hubiera pasado nada, nadie preguntó, hablaron sobre el alargue de la cuarentena, de lo difícil que era conseguir jabón en gel y de cuánto extrañaba juntarse a charlar como lo hacían hoy. 

Uno a uno compartió anécdotas, canciones que escuchaban o libros que estaban leyendo. Sol les compartió que estaba estrenando iPhone y Vic les mostró un tablero de juegos de Serpientes y Escaleras. 

Nadie dijo nada, pero todos entendieron todo, y así comenzaron a planear la siguiente reunión.

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El Sobre

Finalmente lo hablaron, le habían sacado la vuelta a esa conversación muchas veces.

Llevaban tres años juntos, tres años de amor, de hacer planes y pensar que juntos podrían conquistarlo todo.

Él se enamoró desde que la vio caminar despacio por su cafetería.

Un día ella se sentó en la mesa en frente de la ventana, y él llegó para atenderla.

Él se aprendió su orden, ella se aprendió el color de sus ojos.

No tuvieron complicaciones para encontrar un tema para charlar y mientras hablaban sobre que les gustaría cenar, tres años habían pasado ya.

No hubo infidelidad o por lo menos ninguno al otro de eso acusó.

Tal vez fue falta de tiempo o tal vez así pasa cuando el amor cambia su estado.

Puedes pasar de amar a alguien tanto tanto como para olvidarte de ti, y esta bien porque lo que construyen juntos es tan fuerte que vale la pena sumarte al plan de alguien más.

Pero, ¿qué pasa cuando eso ya no te hace feliz? No eres feliz, pero ya firmaron juntos papeles para compra casa, ya aceptaste cambiar de ciudad y ya aunque nunca te ha gustado la piña en la pizza ya la aceptas porque al otro le gusta, ¿cómo puedes decir que ya no?

No tienes el valor de ver esos ojos lindos y decir ya no. Y aunque estén muy enojados sabes como al otro le gusta el café por las mañanas y no te puedes negar a prepáralo o dejar que se lo tome solo.

Lo hablaron, por que una acción dice más que mil palabras. Y sentados en la misma mesita del café en donde todo empezó llegaron a un acuerdo.

Cada uno escribiría en un papel si quería seguir. No habría reclamos ni discusiones, si uno de ellos decía que no, hasta ahí llegarían.

Las reglas serían fáciles, escribirían sus respuestas, las podrían en un sobre y saldrían del lugar sin decir nada.

Ella iría a casa de sus padres, él al de los suyos. Al día siguiente regresarían temprano para ver la respuesta del otro.

Ninguno titubeó, escribieron su respuesta en el papel y se fueron.

Llevaban tres semanas de no poder pensar en otra cosa que no fueran ellos.

No había tiempo más que para arreglar lo que no los dejaba avanzar.

Despertaron al día siguiente y quisieron ir por el sobre, pero no pudieron dar un paso más.

El mundo estaba detenido por una pandemia global, nadie podría salir de casa y mucho menos hasta el café llegar.

Sus respuestas congeladas en el tiempo se quedaron.

Hablaron una y otra vez, quisieron esperar para poder ir por el sobre. Sus respuestas honestas ahí estaban, pero pasó una semana, luego un par más.

Alguien más decidió por ellos que no se vieran más, mucho menos abrazar.

¿Se puede seguir amando a alguien que no puedes ni tocar?

La respuesta de ahora ya la sabían. La que dijeron antes y escribieron en ese sobre congelada se quedó.

Porque al preguntarse: ¿con quién les gustaría vivir el fin del mundo? la respuesta ahora más que clara la tenían ya, lo que escribieron en el sobre, en el pasado quedó ya.

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