Hace unas semanas junto con tres de mis grandes amigas participamos en un concurso de escritura llamado “Mundial de escritura”. Lo empezamos como algo para divertirnos y aunque resultó ser un compromiso más grande de lo que esperábamos, lo disfrutamos mucho.
De ahí surgieron varios textos y esta semana en mi blog inicio un espacio en donde voy a compartir algunos de mis textos que he estado escribiendo en estos últimos meses. Algunos nacieron solitos, otros en alguno de los talleres que tomé y otros gracias a este taller del que les cuento.
Ojo algunos textos son inspirados en recuerdos, se que los que me conocen lo notarán, pero todos llevan un toque de ficción para efectos de la historia, así que solo son inspiraciones.
Aquí les comparto el texto: El hombre del sombrero:
En mi mejilla izquierda tengo una cicatriz del año en el que me dio la varicela, tenía 11 años y tras una reunión en casa de unos tíos varios primos terminamos contagiados.
Mis hermanas no se enfermaron así que me mandaron a dormir a casa de mi abuelita Juanita por unos días.
En la casa ubicada en Lago de Chapala 1913 me instalaron en el cuarto del fondo. No había una cama, pero si varios sofás y una televisión que estaba conectada a una videocasetera así que por lo menos no me iba aburrir. También tenía su baño privado así que era el lugar ideal para no andar esparciendo el virus por la casa.
Solamente veía por ratos a mis padres o a mis abuelos, que ya habían tenido varicela. El resto del tiempo veía la TV o trataba de hacer alguna tarea atrasada.
Una de esas tardes estaba muy entretenida viendo una película cuando volteé a un lado al sentir que había alguien en el cuarto conmigo.
Sentado en uno de los sofás de la esquina estaba mi tío Jesús Martinez de Anda. Tenía la pierna cruzada, me sonrió y después realizó ese gesto de los hombres de campo que te saludan levantando un poco su sombrero.
Él era el hermano de mi abuelita Juanita. Vivía en Montemorelos, Nuevo León, en una casita a las afueras del pueblo en medio de praderas rodeado de árboles. La casa la construyó mi abuelo con sus propias manos.
Cada que llegaba de visita a Monterrey, con su esposa la tía Lupe, era como si un personaje de una película blanco y negro llegará a pasar un tiempo con nosotros. Ellos no tuvieron hijos así que de repente se aparecían por la casa de mis abuelos o mis padres para pasar unos días. Llegaban sin avisar y no creo haberlos visto nunca usando un teléfono.
Siempre llevaba sombrero y vestía impecable con saco, camisa y pantalón de vestir. Era de los que te saludaban con un apretón fuerte la mano. Cualquier que se lo topara en la calle podría pensar que era un rico hacendado. Alguna vez me contó mi mamá que quisieron comprarle un sombrero nuevo y para sorpresa de todos el tío pidió que tuviera el mismo o más nivel de X, que es la manera en que se miden la calidad de los sombreros.
Cuando nos visitaban en la casa de Cadereyta se despertaban a las cinco de la mañana y en las tardes era común verlo a él y a la tía en el patio podando los árboles o haciendo un arreglito.
Una vez nos construyó a mis hermanas y a mí un sube y baja solo con unas tablas viejas de madera. Nos gustaba salir a caminar con ellos, tomar frutas de los árboles y escucharlos hablar sobre su vida en el campo.
Su forma de hablar era siempre respetuosa, con un tono calmado y nunca lo escuché alzar la voz o enojarse. Tal vez se pondría serio, cuando algo no le parecía, pero jamás lo vi envuelto en alguna discusión.
Así como de repente llegaban a pasar unos días con la familia, luego se iban de la misma manera sutil en que llegaron.
En mis recuerdos tengo presente que ese día que me saludó en el cuarto en casa de mis abuelos, yo estaba viendo una película sobre los sobrevivientes de los Andes. Lo ví, me sonrió y seguí viendo la película. Minutos después mi mente recordó ese saludo y volteé rápido para charlar con él. Lo busqué en el mismo rincón, pero no lo encontré y tampoco en algún otro lugar del cuarto.
Pensé que tal vez ya se había ido a la cocina para charlar con el resto de la familia y seguí viendo la película y luego me dormí.
Más tarde regresó mi abuelita a llevarme mi cena y en eso me acordé de la visita del tío. Estaba a punto de preguntarle por él cuando me acordé que el tío Jesús tenía seis meses de haber fallecido.